Colinas

La estación de ómnibus parecía encontrarse en el medio de la nada, No había donde resguardarse del sol, salvo por el alero de la edificación donde funcionaba el pequeño bar.
Tres hombres soportaban el calor del verano bajo aquel techo, mirando las colinas alargadas y blancas que se veían al otro lado del valle.
Dos de los hombres, de aproximadamente la misma edad, hablaban entre ellos en inglés, uno claramente americano y el otro, aunque correctamente, lo hacía con un acento que demostraba una lengua materna diferente.
- Parece que tenemos varias cosas en común - dijo este último, cuyo aspecto atildado dejaba adivinar una vida sin sobresaltos.
El otro parecía el tipo de gente más propenso a la acción que a la contemplación.
El tercer hombre no hablaba, parecía absorto en la lectura de un diario, solo cortada de tanto en tanto por una rápida observación de todo el entorno.
La conversación siguió su camino, había que matar la espera y fue pasando por experiencias de viajes, literatura fantástica o por las distintas formas de encarar un cuento.
- Descubrir una idea, darle forma y luego despojar el resultado de todo lo que no sea necesario- Decía el hombre atildado.
-
- Simular pequeñas incertidumbres: ya que si la realidad es precisa la memoria no lo es. Hay que narrar los hechos como si no los entendiese del todo.
-
El segundo hombre descubrió que ya no soportaba la arrogancia de su interlocutor.
- ¿No cree que el secreto de la sabiduría es la humildad? preguntó
- ....
- Veo que le gusta demostrar su cultura e inteligencia. Seguramente es de los que escribe para aquellos lectores que se sienten por encima de la media, o quizás de los que escriben clásicos que todo el mundo admira pero nadie lee.
- ¿Que es lo que a Usted le gusta?... Además de incomodar por supuesto.
- Mmmm… me gusta intentar cosas que están más allá de mi alcance.
- Preguntaba por lo que le gusta leer. Descubro a las personas por lo que leen y no por lo que escriben.
- Bueno,… me gusta leer cosas que dejen vacíos. Me gusta ser yo quien deba llenarlos.
- Los límites entre dejar vacíos y escribir cosas incomprensibles son a veces difusos.
- Puede pasar, yo mismo me encuentro a veces con interpretaciones de mis cuentos que nunca pasaron por mi cabeza y que hasta son más interesantes que la idea original.
- Probablemente…
-
La conversación parecía terminada, los dos hombres ya se habían conocido lo suficiente como para que esto fuera así y ambos preferían demostrar al otro un fingido aburrimiento.
El tercer hombre dejó de lado el diario y su actitud desconfiada, parecía tener ganas de hablar y aquellos hombres no parecían ser del tipo que hace que uno se arrepienta de lo que pueda llegar a decir.
Suspiró y sin importarle si lo entendían o no, dijo en español:
- Nada da marcha atrás, de una forma u otra siempre pagamos por lo que hacemos ...
El silencio con que fueron seguidas sus palabras lo animó a continuar:
- Si el pasado se volviera a repetir, uno seguramente actuaría de la misma manera. En definitiva todos elegimos nuestras desgracias…
-
- Hace tiempo ya que perdí la alegría, seguramente el mismo día en que me di cuenta de que había perdido la bondad.
-
- Siempre tuve la certeza de que lo correcto es ponerse detrás del hombre que dispara, pero pasado el tiempo uno termina negando sus propias certezas…
-
- Uno siempre se parece a sus enemigos. Sabe como piensan y actúan. En definitiva.. ya conoce el final de la película.
-
- Quisiera pensar que el olvido es suficiente venganza o hasta un definitivo perdón, pero ¿Quién va a venir a informarme que me ha olvidado?
-
- Alguna de estas noches, llegaré nuevamente a un lugar donde nadie me espere, me alojaré en alguna pensión de mala muerte y los aguardaré, sabiendo que en definitiva, cuando lleguen, podré por primera vez en mucho tiempo apoyar mi cabeza en la almohada y descansar tranquilo.
En aquel momento se acercó a la estación un autobús, el hombre se levantó, masculló un “bueno, palabras que se lleva el viento…” y se marchó.
El diario quedó sobre el banco, abierto en la página de los avisos fúnebres.
Los dos hombres lo miraron, observaron el autobús que se iba, levantando polvareda, y decidieron seguir en la contemplación de aquellas colinas que parecían elefantes blancos.
Mentalmente llenaban los vacíos de un cuento cuyo final ambos ya conocían.

Nota del Autor

Presencié esta escena trabajando en un bar de la Costa Blanca. Reconocí a los tres personajes en distintos artículos que leí tiempo después. Uno salió en policiales luego de haber sido ultimado por sicarios, otro por ser él mismo quien se quitó la vida y otro por morir sin haber logrado el premio Nóbel de literatura.
De una u otra forma todos escribimos la misma historia.

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