La letra con sangre entra

Cuando Juan le preguntó a un niño de 1er. Año lo que pensaba sobre los maestros, éste le contestó “los maestros nos explican las cosas”. El pensó que el niño había usado la palabra “explican” en lugar de “enseñan” en un error lógico para su edad, pero después le recorrió un frío por la espalda cuando pensó que lo que había dicho era “los maestros no se explican las cosas” y que era él, el que había cometido un error lógico para su edad.
Hacía tiempo que Juan se venía cuestionando la elección de su profesión, el maestro había perdido aquella aura que lo rodeaba y hoy en día cada vez se le exigía más y se le pagaba menos.
Las escuelas privadas eran negocios, las clases mercadería a vender, y los padres de los alumnos-clientes exigían que el maestro “educara” al niño enseñándole todo lo que en la casa nadie se preocupaba porque aprendieran.
Los niños a su vez tenían esa sensación prepotente que da el hecho de saber que de su bolsillo sale el sueldo de alguien y que éste debe soportar impertinencias porque necesita ese dinero para vivir. El destrato hacia algunos de sus colegas era cada vez más marcado; la exigencia de los alumnos del respeto de sus derechos y el olvido de sus deberes venían muchas veces fomentados desde sus propias casas, y los padres y maestros habían dejado hacía rato de ser aliados en la educación.
Por supuesto que esto se acentuaba en aquel colegio donde Juan cumplía funciones, ya que a pesar de los bajos salarios, estaba orientado al segmento de marketing de mejor poder adquisitivo, que generalmente no está compuesto por la parte de la sociedad de mayor inteligencia, don de gentes, o comprensión, sino todo lo contrario: Inescrupulosos, explotadores, traficantes y otros “selectos” tipos de personas componían los “clientes” de aquella institución.
Los directores, sintonizados en esta óptica, eran el eslabón mas desagradable de la cadena, ya que debían congeniar la pregonada actitud pedagógica que sustentaba su modelo educativo con la silenciosa labor comercial que sustentaba su modelo económico, lo cual los llevaba a defender permanentes incoherencias y a obligar a los docentes a hacer cosas que la pedagogía jamás admitiría.
Así pasaban de grado alumnos incalificables, ante la sola amenaza de algún padre de retirarlos del colegio en caso contrario, o una actividad era descalificada porque “no estaba de acuerdo con la filosofía del colegio” (eufemismo que muchas veces significaba directamente que esa actividad “no vendía”), o simplemente un maestro era llamado al orden a pedido de algún padre por “haberle hablado fuerte a su hijo”.
Juan notaba que desde hacía años había ido renunciando a muchas cosas. A no tener miedo a decir lo que pensaba, a no hacer lo que entendía incorrecto, a no responder como se debía cuando un padre le recriminaba groseramente por alguna cosa que a veces ni siquiera era responsabilidad suya, y trocaba la actitud que el caso merecía por una sonrisa complaciente y algunas palabras amables.
Pero ese día en la reunión de padres Juan notaba que su cabeza estaba distinta, aquella vieja frase reivindicativa del castigo físico “La letra con sangre entra” le daba vueltas por la cabeza y hoy no le parecía tan disparatada , su sonrisa no apareció y su mirada no fue tan agradable durante toda la noche, menos aún cuando el papá de Pablito -presidente de la asociación de padres al que ya había tenido que soportar en varias oportunidades- sentado en la primera fila, se paró en plena reunión y haciendo gala de su cáscara de conocimientos le preguntó si para enseñar utilizaba métodos inductivos o deductivos , analógicos o comparativos, dogmáticos o heurísticos ?.
Juan lo miró..., por la cabeza le pasaron sus 20 años de enseñanza, miró a la directora, a los otros maestros, a los coordinadores, esbozó su primera sonrisa de la noche...
No, este año voy a usar el método de la BBC que creo que es el que mejor se adecua a este colegio.
Luego de varios intercambios de miradas y un silencio general, el padre volvió a hablar informando que desconocía ese método y que estaba esperando una explicación.
Muy sencillo - dijo Juan - el método de la BBC (debería haber dicho BVC pero Juan al hablar no hacía esa diferencia fonética) consiste en que tanto a los alumnos como a sus padres cuando se ponen muy pesados se les pega un “ Buen Voleo en el Culo”, Y vos vas a ser el primero en conocerlo .... Salió rápido hacia donde se encontraba el tipo y uniendo la palabra con el hecho lo agarró del cuello, lo dio media vuelta, le curvó la espalda y le pegó tal patada que tuvieron que salir en la noche a buscarlo con linternas.
Hoy Juan atiende un almacén en un barrio pobre, despacha solamente si le piden las cosas con buenos modales y tiene la casa abierta fuera de hora para darle una mano a todos aquellos que se acercan a él conociendo su profesión para pedirle ayuda.
Y piensa que el método BVC, en definitiva, mejora la calidad de vida.

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